sábado, 17 de enero de 2015

El perdón como liberación

Admito no compartir las opiniones de Hannah Arendt sobre la figura y final del criminal nazi Adolf Eichmann. Dicho genocida fue detectado años después del final de la II Guerra Mundial escondido en Argentina por los cazanazis de Simon Wiesenthal. Fue secuestrado por la Inteligencia judía y justamente ahorcado en Israel en 1962. Arendt se opuso a dicho ahorcamiento argumentando que Eichmann no era una pieza importante dentro del engranaje criminal nazi. La intelectual se ganó la enemistad de buena parte del pueblo judío. Respeto a Hannah Arendt por su valentía para perdonar, pero reconozco que me falta su osadía para obrar como ella. No coincido con mis detractores en que la caza de Eichmann sea una cuestión de venganza, sino de justicia. Cuando un grupo criminal, tal y como es definido por todos los estudiosos del tema, intenta destruir tu vida despreciando y vanagloriándose de todo tipo de daños colaterales contra tu familia, el camino del perdón es una senda difícil de recorrer. Una vez tienes el puzzle montado e identificado al Estado Mayor del grupo criminal, la sed de justicia se convierte en un acicate para seguir adelante. En este sentido, la diferencia entre venganza y justicia es tan evidente que no merece ni tan sólo una mínima explicación. Vivir una situación de extrema crueldad contra tu persona y tu familia, perpetrada por Autoridades supuestamente democráticas y ejecutada por "descamisados" como yo, te crea una enorme desconfianza hacia el Sistema. Descubrir que el poderoso disfruta de impunidad absoluta para saltarse la legislación estatal y todos los protocolos internacionales democráticos al respecto te plantea numerosos interrogantes. Si cabe, más cuando dichas maniobras del Mal se ejecutan dentro del más absoluto secretismo y cobardía. Dicha cobardía no obedece a un miedo hacia mi persona sino al Estado de Derecho, que condena sin paliativos esta conducta pusilánime e ilegal a todas luces. Dar la cara no significa mostrar a mi paso tu cara en un plasma, sino en mantener una conversación sincera y pública conmigo. Afrontando el conflicto de cara, sin parapetarse tras el muro de impunidad que te otorga tu rango social. Reconocer errores es de sabios. Y de valientes. Es evidente que una vez que la "Justicia" agote todos los plazos legales para seguir manteniendo transparentes mi vida y las de mi familia, el camino más piadoso sería el del perdón. Reconozco no tener el coraje ni la entereza para emprender dicho camino. Desde la perplejidad no alcanzo a comprender cómo un representante "progresista" elegido por el pueblo puede dar órdenes tan sucias y mezquinas al pueblo que gobierna. Tal perplejidad se hace extensiva a "los muertos de hambre como yo" que obedecen ciega y servilmente dichas órdenes sin cuestionarse su justicia, equidad y honestidad. Que os perdone Dios, porque yo no puedo. Juanjo López.

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